El Ing. Héctor Zúñiga Rovira ganó el Premio Nacional de Cultura Popular en 1993. El 16 de setiembre de ese año ingresa en la Galería Nacional de Cultura Popular Costarricense. En 1995, se inauguró el parque Héctor Zúñiga Rovira, en Liberia.
Cuando la Asociación para la Cultura de Liberia y el Concejo de Liberia (1990-1994) me designaron para que investigara y sistematizara la obra musical de don Héctor, sentí un enorme halago y una inmensa responsabilidad.
Producto de un año de trabajo resultó el libro “Héctor Zúñiga: palabra y canto” (1993). San José: Zúñiga & Cabal, 1993: 120 páginas. Un gran soporte para concretar dicha obra fue: la Licda. Mélida Obando Viales, el Lic. Hugo Zúñiga Clachar y la arqueóloga Patricia Salgado. Portada e ilustraciones de Raúl Zúñiga. El editor fue Francisco Zúñiga Díaz, de grata memoria.
Siempre agradeceré a don Héctor su irrestricta adhesión y confianza intelectual para que yo realizara la investigación de su obra. Para el Ing. Héctor Zúñiga Rovira, Hijo Ilustre de Guanacaste, el alma y el espíritu siempre están abiertos, porque él fue un “Cantor cósmico, forjador de conciencia infinita e histórica. Su canto creador, devoción de Guanacastequidad. Pan eterno, iluminado. Hijo pródigo de un Guanacaste que piensa”, como escribí en mi pensamiento sobre él, que se consigna en la placa localizada en la peana del parque Mario Cañas Ruiz.
El texto antológico incluye 60 canciones, escritas desde 1928 hasta 1993, es decir, comprende 55 años de su producción artística. De ellas, 56 escritas y musicalizadas por él. Además, compuso la música a piezas de otros artistas.
Una particularidad del libro: durante dos sesiones que sostuvimos en su casa de habitación, en Sabanilla, San José, tuvo que recordar 18 piezas, casi olvidadas. Al final, me dijo en tono exhortativo “Fajardo: póngale puntuación a esas canciones”. Ante mi resistencia inicial, me conminó: “Lo que usted haga está bien para mí”. Desde luego, terminé colocándole la puntuación a dichas canciones y así están registradas en el libro.
Asimismo, Liubov Sliesarieva publicó el cuaderno “Peña Bruja” (San José: Ediciones Zúñiga & Cabal, 1993: p.44). En él se recogen 21 canciones, así como la producción del casete, grabado en los estudios de Radio Universidad de Costa Rica.
Casó con Claudia Salgado, con quien procreó a sus hijos Sandra María y Joaquín Bernardo. Su inapreciable núcleo trinitario. La vida de don Héctor fue plena e intensa. El gobierno venezolano le confirió “La Orden Andrés Bello”, en 1978.
“Amor de temporada” es la pieza que más gusta, la de mayor fuerza popular. Otras piezas predilectas por el público son: “Están yeguando”, “El burrro ΄e Chilo”, “La muerte del sabanero” y “El huellón de la carreta”.
La triada nucleadora de los ejes temáticos en el acervo musical de Héctor Zúñiga: hombre/ campo / amor. Otro nudo de significación es la dicotomía hombre / caballo. Él escribió el himno del batallón bancario y la pieza que se utilizó con motivo de los VIII Juegos Deportivos Nacionales, en 1984.
Las composiciones del Ing. Héctor Zúñiga Rovira, su legado infinito para todos, constituyen un riquísimo material para estudios lingüísticos acerca del español de Guanacaste. De hecho, la versión de él como informante, amplió dichos registros.
Sus letras permitirán, a no dudarlo, confrontar situaciones, deslindar tópicos. Cabría analizar, por ejemplo, perspectivas sociológicas, arqueológicas, o bien, la tipificación de la hacienda ganadera. Igualmente, una visión histórica evolutiva de Guanacaste.
En “Amor de temporada”, pieza clásica del repertorio musical costarricense, incorpora un tema infinito de su producción “Morena de mi vida, te vengo a cantar mis penas”. El tema de la mujer es recurrente en varias dimensiones. El cantor desnuda sus penas, por eso, “los botes se mecían, asidos a sus amarras”. Compuesta alrededor de 1930, esta pieza se agiganta en la memoria histórica del país y trasciende para afirmar el espíritu de la identidad nacional.
“La muerte del sabanero” recupera un temario dentro de nuestra herencia: “un bien sabanero, que va exponiendo toda su vida, por serle fiel a la tradición”. Da vida, levanta el vuelo de la segunda muerte que es el olvido, a un hombre mítico, Camilo Reyes: ¡Y viene un toro muy bueno, Camilo Reyes lo va a montar”. “Gritó por última vez al dejar la vida, el actante de esta terrible historia”, cuya muerte acaeció el 7 de enero de 1936.
“El huellón de la carreta” muestra dos temas, la amalgama caballo-jinete, fundidos en un solo elemento “mi caballo es en mi soledad, mi compañero”. Luego, recurre a un elemento infinito “La luna alumbra ya el huellón de la carreta”. Por otra parte, traslada el efecto hacia el plano afectivo-sentimental “para calmar yo la traición de esa coqueta, no te he jalado ni la rienda pa΄ llorar”. Los paralelismos hombre, caballo; carreta y mujer son muy singulares.
“El burrro ΄e Chilo” presenta un mejoramiento obtenido, es decir, una visión positiva dentro del tema circular, eterno de la mujer. “Hay morena mía, sabanero soy, porque en esta vida que todo es dolor, solamente vivo por tu gran amor”.
“Visión de la pampa” es una ofrenda a la búsqueda de libertad por oposición. “Lo vi ensillado de bozal pasitroteando, su libertad había perdido el animal”.
“¡Oh, Murciélago!” es una identificación con la geografía, con el paisaje hermoso con que la naturaleza destinó a Guanacaste. El cantor se extasía y se llena de fulgor. Es como un filme irresistible.
“Playas del Coco”. Aquí, el cantor desborda su estro para bendecir este pedazo de Dios, Tierra, Mar, con añoranza, pero con identidad “era una pampa abierta donde el destino/ marcaba el paso de una generación”.
En “Amanecer pampero” existe una imbricación intertextual cósmica, el vuelo del amor, sin fronteras, sin arrecifes, pleno, vital, auténtico “y en el aire va cabalgando el amor”. Los sustantivos aire y amor se funden en una cabalgata mitológica, entrelazados, porque “en el ambiente/ alegre va ya naciendo el amor”.