Qué bonito es recordar los tiempos fiesteros de Nochebuena que antes plácidamente disfrutábamos en nuestra vieja y vetusta Nicoya. Eran los días en que lueguito de las fiestas de la Guadalupe, los muchachos empezábamos con los alistos y los ensayos de los pastorcillos para visitar los portales de nochebuena.
Como no recordar esas tardecitas y nochecitas de diciembre perfumadas por los vientencillos veraneros que llegaban aromados de narcisos, reina de la noche, mirtos y resedos, en medio de los cantos, versos y las retahílas criollas para el Niñito Dios.
“Aquí te vengo a dejar estas ramitas de ruda, para que aliviés el niño cuando tenga calentura”.
Desde las seis de la tarde el veinticuatro andábamos visitando y adorando con cancioncitas todos los niñitos de los lindos portales del pueblo. Cancioncitas y alabanzas al amoroso Niñito Dios, que en forma de Colacho nos traería regalitos y ropitas en la Noche- buena.
Vuelvo a ver en mis alegrías aquellos días y momentos de la Nochebuena. Había que ver esos portales tan lindos y pintorescos. Papeles encerados bien adorna- dos con matas y lindas flores, ángeles y estrellas brillantes, muñequitos, olorosos cojombros, montañitas de musgo, lagunitas de espejos, aserrín de varios colores enseñando caminitos y veredas, cerritos con animalitos de monte, potreritos con ovejitas, corrales, ranchitos, bueycitos, vaquitas y caballitos, carretitas, arrozales y milpitas puyonas en latas de sardina, y lo más grande, en el centro de un ranchito, el Niñito Dios, en su lechito de paja, al cuido María y José y al calorcito de la mula y el buey, en medio con todas esas figuritas y cositas que hacían tan pintorescos y adorables los portales de mi tierra.
En las casas de los portales visitados no faltaban el chicheme y la pitarría, la resbaladera, los tamales, los alfajores y piñonates, las rosquillas, rosquetes y tanelas, marquesotes y espumillas. En fin toda esa comedera sabrosa y esas golosinas criollas con que amorosamente recibían a toda la gente en los portales de mi pueblo adorado.
Así era la Nochebuena de antes, piadosos afanes plenos de ese costumbrismo religioso que siempre adornaba al pueblo nicoyano.