Por: Ing. y escritor Carlos Arauz | Libro: Historia y Leyendas de mi tierra
Dicen, me contaba mi papá, que cuando Nambi era conocido como El Jocote, resulta ser que una vez unas mocitas llamadas Rosa y Auristela, salieron un día a buscar nances y burusquitas para encender el fogón. Al poquito rato de andar cerquita por el cerro que llamaban El Curiol, se van encontrando una figurita de piedra, una muñequeguaca dijeron las muchachías.
Muy alegres regresaron a su rancho y cuál fue su gran sorpresa que ese otro día no estaba la muñequita en la repisa que la dejaron. Corrieron otra vuelta al monte y volvieron a encontrar la figurita en el mismito lugar ya más grandecita y más pesadita.
La vaina es que esta cuestión se repitió varias veces y como la noticia cogió cuerpo, la cosa fue que la última vez lo que vieron los curiosos entre la niebla del cerro fueron tres bultos paraditos, un varón una mujer y un niño, que muchos y que el mismito cura del pueblo estimó que no eran ni más ni menos que la legítima Sagrada Familia. La cosa es que ahí mismo clavaron una cruz y enseguidita juntamente convinieron hacer un rosario. Cuando iban por las letanías, del pie de la cruz brotó una agüita cristalina, lo que al punto quedó como un milagro de los santitos.
A partir de este día, todos los primeros de noviembre los devotos hacían un rezo al pie de la cruz y siempre al finalizar el rosario volvía a brotar el pocito de agua para todos los rezadores. Muchas veces llegaban gentes a pagar promesas y de vez en cuando algunos decían que veían los santitos entre la niebla. Hasta hace poco tiempo decía la gente que el cerro tenía una gran energía y que cuando uno lo subía, volvía siempre lleno de una saludable y misteriosa fuerza vital.