l Hospital San Juan de Dios abrió uno de sus jardines para montar una feria de artesanías elaboradas por expacientes de cáncer de mama como una forma de reforzar su proceso de rehabilitación.

La actividad tiene un doble mensaje: es tanto una oportunidad económica para las que perdieron el trabajo tras la enfermedad como una vitrina para mostrar fortaleza y crecimiento personal, un mensaje que ellas comparten con las mujeres: hay vida después del cáncer.

DATO: La CCSS anunció que el 87% de las mujeres con cáncer están vivas después de cinco años después de haber sido diagnosticado, un porcentaje excepcional en la región y uno de los más altos del mundo, después de Canadá e Israel con 88% y Estados Unidos con un 90%.

Las 20 mujeres participantes aprendieron hacer adornos, accesorios y ropa como parte de la rehabilitación de la enfermedad. La actividad es importante porque en ella participaron representantes de todas las zonas de acción del hospital: desde las que viven en los barrios josefinos hasta las pacientes de la zona sur.

El deseo de emprender es uno de los aspectos que surge en el proceso de querer recuperar la confianza en sí mismas, primero haciendo productos a partir de los cuales mostrar su expresión y luego creando un proyecto productivo a partir del cual pueden construir una visión de futuro.  

Anita Fuentes, directora de la Fundación Elije Vivir, quien trabaja con ellas las terapias de creación y emprendimiento, asegura que “emprender después del cáncer es encontrar la fortaleza que las personas no conocían en ellas mismas, lo que resulta en una experiencia transformadora pues descubren su potencial y encuentran formas de ganarse la vida".

El testimonio de las mujeres confirma esa sensación de fortaleza tras la enfermedad y manifiestan que nace de la vivencia de una espiritualidad renovada y de los cuidados de la Caja, porque las alientan a ver el tratamiento como una segunda oportunidad de vida.

Las señoras expresan satisfacción por la atención clínica de la CCSS y reconocen en las organizaciones de apoyo a pacientes y del proyecto de Navegadoras como los puntos altos que les han permitido reorientar sus vidas.

Margarita Mena, de San Marcos de Tarrazú y con 9 años de sobrevida, dice que el cáncer le enseñó “cuán fuerte soy y que todo lo que intente puedo hacerlo… yo no sabía eso de mí, dice al sostener un cuadro con la imagen de la Última Cena inspirado en la imagen de Da Vinci, hecho con hilos de 70 colores entramados con la técnica de punto de cruz.

Sonia Mora Bernúdez, vecina de Desamparados y con 20 años de sobrevida, dice que el cáncer le enseñó a “sobrevivir por la fuerza del amor”.  Sus pinturas representan el antes y el después de la enfermedad. En una está en el hospital cuando la mastetomizaron. En la otra está feliz, en un ambiente de gozo, rodeada de lazos que simbolizan a las otras mujeres en lucha e incluso a las que pierden el camino de la recuperación pero que dejan huella en las vidas de las demás.

Edith González, de Escazú con cuatro años de sobrevida, dice con su muñeca en la mano que “descubrió que es una mujer fuerte, que ya nada la asusta, y que puede aceptar las cosas que le presenta la vida sin sobresaltos”.

Seidy Quintero, cinco años de sobrevida y vecina de Palmar Norte de Osa y confecciona ropa. Ella dice que el cáncer le enseñó “a valorar cada minuto de la vida, a valorar cada cosa que tenemos y tratar de ser alguien mejor cada día”.

Como ellas, las otras artesanas cuentan historias comunes de fortaleza y lucha, donde sus creencias religiosas les ayudan a dar sentido a su experiencia de enfermedad al tiempo que la convivencia con otras sobrevivientes y el aprendizaje de artesanías como nuevas formas de intentar ganarse la vida de una manera distinta a lo que hacían antes del cáncer les demuestra que ellas son diferentes porque su actitud frente a la vida está renovada.