60 familias al año entierran a un ser querido que perdió la batalla a manos de una corriente marina. Todos hablamos de ellas, vemos sus estragos día a día, pero nos siguen robando la paz. “La escasa rotulación, la carencia de salvavidas, la ausencia de una discusión preventiva en aulas y colegios, y el desconocimiento de recomendaciones para enfrentar una corriente, propician una muerte por semana en nuestro país; todo un fenómeno de salud pública”, explica Alejandro Gutiérrez, director del Instituto Internacional del Océano de la Universidad Nacional (IOI-UNA).
¿Qué puede hacer usted para escapar de sus garras? Un poco de sentido común y “malicia” pueden salvarle, aseguran expertos de la Red de Observación del Nivel del Mar en América Central (RONMAC) del Departamento de Física de la UNA. Algunas de las recomendaciones más importantes son: confirmar con lugareños la existencia de corrientes, seguir las instrucciones y advertencias expuestas en rótulos, buscar sectores de la playa vigilados por guardavidas, ingresar al mar en grupo, lo que aumentaría las posibilidades de aviso en caso de emergencia, y no entrar al agua bajo los efectos del licor o drogas, ni después de comer. Otros consejos tienen que ver con la reacción que se debe tener si se está en plena emergencia; éstos son: no nadar contra corriente, sí diagonal a ella o flotar, “dejándose llevar”, pues las corrientes tienden a “soltar” al bañista. La mayoría de personas que “luchan” contra corriente mueren, debido al cansancio.
Más de 600 playas componen el escenario natural costarricense. Desde hace varios años, expertos de RONMAC-UNA han venido elaborando un inventario de ellas, estableciendo un índice de peligrosidad para cada una. Sin embargo, el mapeo de poco sirve si no se traduce en prevención para los visitantes, advierten algunos especialistas: “tenemos herramientas valiosas como los mapas de índice de peligrosidad, que entre otros factores toma en cuenta el de las corrientes, pero al mismo tiempo hay grandes desafíos; por ejemplo no hay los guardavidas suficientes. Son mal pagados, de allí que escasean, y en una tarea donde arriesgas tu propia vida, no vas a pretender resolverlo a punta de voluntarios”, asegura Isabel Arozarena, geomorfóloga costera de la UNA.