Comprender cuál es el bienestar psicológico y cognitivo de la población estudiantil es ser una tarea prioritaria del sistema educativo costarricense.
La pandemia no solo contribuyó al apagón educativo, afectando el desarrollo de competencias claves en lectura y matemática, sino también la salud mental de la población adolescente de la región latinoamericana (Unicef, 2019). En especial, porque el cierre prolongado de los centros educativos durante 2020 limitó de manera sustantiva la interacción con sus pares e introdujo cambios significativos en sus hábitos y rutinas.
Si bien actualmente el país no cuenta con información que dé cuenta sobre la magnitud de esta afectación, la evaluación PISA 2018 (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, por sus siglas en inglés) de la OCDE, en la que participó una muestra de jóvenes costarricenses de 15 años, permite aproximar cuál era la situación del bienestar psicológico y cognitivo de esta población previo a la pandemia.
A partir de esto, el Estado de la Educación construyó un índice de bienestar de los estudiantes que incorpora dos dimensiones[1]: la psicológica y la cognitiva. En la primera se incluyó el punto de vista que los estudiantes tienen sobre sus vidas, su compromiso con la escuela y las metas y ambiciones que tienen para su futuro (OCDE,2019). En la segunda, se abordó el conocimiento, habilidades que tienen para participar activamente en la sociedad actual como aprendices de por vida, para ser trabajadores efectivos y formarse como ciudadanos comprometidos.
Un análisis de conglomerados realizado para este indicador encontró que existen dos grupos de estudiantes[2]: en el primero se encuentra el 32% de la población estudiantil (1.082 estudiantes) que reportó tener un nivel de bienestar bajo o medio, mientras que el 68% (2.221 estudiantes) restante posee un nivel de bienestar alto.
El gráfico 1 presenta un perfil de acuerdo con el nivel de bienestar reportado. Quienes alcanzaban niveles de bienestar psicológico y cognitivo más bajos expresaron poseer menos satisfacción (54%) y menos sentido (70%) a sus vidas, mostraron mayor miedo al fracaso (45%) y experimentaron con más frecuencia sentimientos o estados de ánimo negativos (se sentían aterrorizados, abatidos, asustados o tristes).
Este hallazgo merece especial atención, un bajo desarrollo en las habilidades socioemocionales genera mayores dificultades para concentrarse y pensar con claridad, las emociones negativas limitan de manera significativa el potencial del aprendizaje que las personas puedan alcanzar (Dahene, 2019 y Goleman, 1995).
Lo anterior también enciende las alarmas al considerar que estudiantes que históricamente registran más desigualdades educativas son quienes presentaron más bajos niveles de bienestar psicológico y cognitivo. Como se muestra en el gráfico 2, mayoritariamente son mujeres (57%), y provienen de hogares con menores niveles de capital cultural (53%). En contraste, jóvenes que reportan altos niveles de bienestar en su mayoría son hombres (52%) y provienen de hogares con mayores niveles de capital cultural (53%).
Bienestar emocional y características de los colegios
Cuando se analizan los perfiles de los grupos mencionados en función de algunas características presentes en sus colegios, hay hallazgos relevantes tal y como se observa en el gráfico 3. El grupo con menores niveles de bienestar psicológico y social reportaron estar más expuestos a situaciones de bullying (15%), en sus aulas había más presencia de climas negativos para el aprendizaje caracterizados por la presencia de ruido y desorden (40%), características asociadas a déficits de empatía y actitudes de violencia en los colegios (Unesco, 2022).
También expresaron un bajo sentido de pertenencia al colegio (90%) y según su percepción sus docentes les mostraron un menor interés y apoyo pedagógico (90%) con respecto a lo indicado por sus pares que expresaron mejores niveles de bienestar. Esto revela la necesidad de instaurar el aprendizaje socioemocional como una parte esencial de los procesos educativos: el progreso en la educación ocurre cuando se integran las facetas cognitivas y emocional (Dahene, 2019).
Urge mejorar ambientes en los centros educativos y promover el aprendizaje socioemocional
Las emociones afectan la forma en como las personas aprenden, incentivan el desarrollo de la comunicación analítica y de los procesos colaborativos, y, por tanto, facilitan o pueden convertirse en un obstáculo para que se comprometan, alcancen el éxito académico, se sientan más satisfechas con su vida y dominen hábitos mentales que favorezcan su productividad y potencial personal (Lopes and Salovey, 2004; Casel, 2012; Goleman, 1995).
Estas habilidades pueden aprenderse y desarrollarse, pero para ello el país requiere avanzar en el desarrollo de políticas educativas concretas que las instauren en los procesos de enseñanza bajo el liderazgo del cuerpo docente y las direcciones de las escuelas y colegios. Las recientes preocupaciones por el incremento de los actos de violencia en los centros educativos hacen más imperativo este llamado. De no tomarse medidas prontas y diferenciadas que apoyen a los distintos grupos de estudiantes según su perfil y necesidades, el riesgo de incrementar la proporción de población estudiantil con bajos niveles de bienestar psicológico y cognitivo puede aumentar, en especial las personas estudiantes que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad socioeconómica y que requieren atención prioritaria.
Fuente: Katherine Barquero, Investigadora del Informe Estado de la Educación.