Domingo 12 de marzo se celebra el Día Nacional del Boyero con desfiles en Cañas, Bajo Calvo de Acosta y San Antonio de Escazú.
Hoy día, un paseo a la playa en familia implica un gasto significativo que no todas pueden hacer. Alrededor del mar proliferan los comercios, algunos con su menú en inglés y, consecuentemente, los precios en dólares, pero antaño, todo era muy diferente.
Foto: Obra de Johnny García Clachar que se exhibe en la recepción del hotel Boyeros de Liberia. Se agradece a los familiares del artista y a la propietaria del hotel la cortesía del uso de esta imagen.
Con motivo de la celebración del Día Nacional del Boyero, que se festejará el próximo 12 de marzo (el segundo domingo de ese mes, según se estipula por decreto) el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural invita a mirar unos 80 años atrás, o bien, a ejercitar la imaginación gracias a la obra del desaparecido artista Johnny García Clachar (Liberia, 1938-2017).
Esta obra, cuyo nombre no fue posible conocer, luce en la recepción del hotel Boyeros en Liberia. Además, se rescata la vivencia de uno de sus familiares, quien solicitó el anonimato.
Relata esta persona, quien en su infancia vivió la escena pintada por García Clachar, que de noche o madrugada -no precisa bien-, su madre lo despertaba, junto a su hermano y hermana, para salir de paseo en carreta desde la Calle Real de Liberia, donde vivían, hasta Playas del Coco. El destino era la propiedad de doña Rosa Rivas, quien acogía a las familias en su terreno frente al mar.
Era enorme la alegría al salir a la calle y ver la carreta “enchopada” con un manteado, lista para los poco más de 60 kilómetros hasta la playa.
Los adultos iban a pie y a veces se sentaban en la parte trasera de la carreta para descansar. Los niños aprovechaban la oscuridad para dormir un ratito adentro y, de cuando en vez, bajaban para sumarse a la caminata; una caminata llevadera, al paso de los bueyes y en esos planos de Guanacaste. Eso sí, con abrasador sol.
“Aquel paseo, aquella mansedumbre de los animales, aquel ritmo, aquellos sonidos de las ruedas de la carreta en la arena… ¡hasta cierta musicalidad tenía! Cuando me despertaba, yo era feliz yendo adelante para llevar el rabo del buey”, rememoró.
Cuenta que el camino era puro polvo en el verano, barro si estaba el invierno o arena. Cuando llovía, las carretas seguían en el barro suave las huellas de sus antecesoras. El viaje a la luz de la luna permitía distinguir el paisaje.
Los niños competían por quién era el primero en ver el mar. “Desde que termina la bajada antes de llegar al Coco y se cogen los planos hasta llegar a la playa, había mucha vegetación. A cierta distancia, a menos de un kilómetro ya se veía el mar”, comentó.
Al llegar donde doña Rosa Rivas se encontraban con otras carretas provenientes también de Liberia, así como de ciudades cercanas como Filadelfia. Doña Rosa prestaba su cocina. La comida: mucho gallopinto y de beber: refrescante pinol para los niños y café para los adultos. “Había mucha camaradería”, rememoró.
En ocasiones el mar les entregaba su ofrenda; cantidades de sardinas quedaban en la arena. “La playa se veía como estrellada en el día, por los rayos del sol y las sardinas que son plateadas. Entonces, las apretábamos para que le saliera todo lo que tenían en las tripillas y las poníamos en una lata de zinc con sal a asolear. A los dos días o al siguiente, se hacían fritas en manteca. ¡Deliciosas con tortilla!”.
La música era imprescindible en esos paseos en carreta. Siempre se cargaban las guitarras y alguno llevaba una marimbita para alegrar y, también, para enamorar. “Había muy buenas intenciones persiguiendo una novia, buscando un cariño y todo eso”, comentó.
Tampoco faltaron las historias de camino. Cuenta que, en Llano Grande -donde actualmente está el aeropuerto-, alquilaban bestias y había carretas esperando gente para trasladarla a los pueblos. Llegaron allí dos hombres que venían de Puerto Ballena hacia Liberia. Uno era comerciante. Se hicieron amigos de camino y venían tomando licor. En un impulso macabro, el otro le cortó la garganta al comerciante, luego le peló la cara con el machete para que no lo reconocieran. “En la vueltilla del camino y por los matorrales, yo sufría cuando pasábamos por esa zona”, confesó el relator.
Con sus trazos y colores el artista liberiano también plasmó una historia de sus viajes en carreta a Playas del Coco, la heredó para contar sobre de una época cuando los boyeros, carretas y bueyes, fueron indispensables en el desarrollo económico y social del país; principal medio de transporte y herramienta de trabajo para las familias. Una época donde el paseo a la playa era muy diferente.
Johnny García Clachar fue escultor y pintor. Según Miguel Fajardo Korea, quien escribió su semblanza en Diario Extra: "Creó un millar de obras entre esculturas, pinturas, dibujos, portadas, ilustraciones, afiches, rótulos y bocetos. Su legado es un espacio de luz, que precisa una construcción pictórica, honesta y variada, entre óleos, acuarelas, tiza pastel y tintas. El Museo de Arte Costarricense lo premió durante dos años con el primer lugar del certamen paisaje rural. Johnny García Clachar testimonió con su obra diferentes épocas y motivaciones: sabaneros, boyeros, leones, madre, mujer, lavanderas, tortilleras, aborígenes, peones, carretas, montadores, vaqueteros, mineros, marimbas, la Virgen de Guadalupe, los toros: el de Hacienda Los Ahogados o “El Malacrianza”, La Nueva Esperanza, Playa Garza, Nicoya. Su lenguaje artístico establece un sistema de valores de hondo significado cultural”.