Laura Ortiz C./Periodista UNA
Antes de la década de los 80, la deforestación y los cambios de uso del suelo, le ganaban terreno a la cobertura boscosa del país, la cual alcanzaba solo un 25 por ciento del territorio. Casi cuatro décadas después, y en gran medida a la aplicación de la Ley Forestal de 1996 así como a los cambios en las actividades económicas, la cobertura llega al 52,5 por ciento. ¿Cómo están nuestros bosques?, ¿Qué pasa más allá de las áreas protegidas? Un estudio desarrollado por la Escuela de Ciencias Geográficas de la Universidad Nacional (UNA), calcula un Índice de fragmentación / conectividad de la cobertura natural a nivel de cantones, con el objetivo de las municipalidades tomen acciones para mejorar la protección de los recursos naturales.
El estudio se realiza desde el 2000 y hasta el 2015, con el fin de monitorear el comportamiento de la vegetación. “La vegetación se expande y se contrae en periodos que se pueden reconocer luego de 50 años, aquí tenemos una línea base que podríamos proyectar hasta el 2030”.
Dentro de la investigación se identificaron categorías como bosque de alta densidad, de baja densidad, páramo, manglar, vegetación anegada, pasto arbolado, pasto, cultivos y urbano residencias. Adicionalmente, se excluyeron las áreas protegidas bajo propiedad del Estados como parques nacionales y reservas biológicas, debido que en un principio, los procesos de alteración y fragmentación deberían ser mínimos, por lo que podrían generar un sesgo. Además, el objetivo se centra en espacios con una fuerte actividad antrópica. Para el 2000, 19 de los 81 cantones presentan un índice de fragmentación /conectividad muy bajo, entre ellos San Carlos, Buenos Aires, Turrialba, Pérez Zeledón, Los Chiles, Limón, Golfito, Nicoya, Coto Brus, Upala y Siquirres. En la categoría muy alto, se ubican 20 cantones con cobertura natural muy escasa y con dinámicas más urbanas como Goicoechea, Barva, San Isidro, La Unión, Escazú, Moravia, Curridabat y otros.
Comparando los datos de 2000 con los del 2015, se indica que 27cantones incrementan sus niveles de fragmentación, donde los valores más extremos pertenecen a Tibás, San José, San Pablo Belén Curridabat, Montes de Oca, Alajuelita, Santa Domingo, Moravia, Escazú, La Unión, Flores y Alvarado, cantones con una dinámica basado en lo urbano.
“Esto demuestra que a pesar del incremento durante las últimas décadas de la cobertura natural del país, se presentan algunas diferencias espaciales significativas, que provocan que algunos cantones mejoren sus condiciones de fragmentación, mientras que otros acrecientan sus valores, lo cual afecta directamente las condiciones ecológicas y de los servicios ecosistémicos que cada cantón debe salvaguardar”, dijo Morera.
Para el investigador esta es una herramienta que se pone a disposición de las municipalidades para que diseñen estrategias propias que incentiven la protección su de sus recursos. En el siguiente enlace puede leer la publicación completa aquí.
Pasión por enseñar
Carlos Morera nació en la Zona Sur y salió de su terruño para estudiar en la Universidad Nacional, donde acogieron a aquel joven con un gran interés en los mapas y la geografía desde la escuela. En 1993 ya era parte del grupo académico de la Escuela de Ciencias Geográficas y desde entonces, la pasión por su trabajo le ha generado grandes satisfacciones.
Una maestría, un doctorado, director de la Escuela y Vicerrector de Investigación, forman parte de su carrera, pero su desvelo asegura, siempre será la academia como un proceso integral de investigar, enseñar y hacer extensión.
“Yo no concibo los puestos de gestión sin la academia, dejar de dar clases, de investigar y de estar en contacto con las comunidades es perder la conexión a tierra. ¿Qué me falta? Nada, pedir más sería gula, yo sigo trabajando porque como decía (Jorge) Poveda, que nos paguen por hacer lo que nos apasiona no es trabajo”.
Morera asegura que es de una generación que reconoce cómo ha cambiado aceleradamente el mundo. “Soy de los que aprendió a escribir a máquina, de cuando los profesores fumaban en las clases, eran comunes los piropos. Soy una generación que ha tenido que adaptarse a los nuevos escenarios, y por eso puedo afirmar con certeza que esta Universidad ha avanzado a pasos agigantados. La inclusión, la tolerancia, la diversidad, el compromiso con el ambiente, han permeado la cotidianidad de la Universidad y yo la celebro, aunque siempre existirán nuevos desafíos, pero comparado a cuando estudiaba se presentan grandes cambios positivos”.
“Yo no soy de los que piensan que los tiempos de antes fueron mejores. Yo veo un gran potencial en los estudiantes, y no soy de esos profesores juiciosos, soy de los que percibo el proceso de enseñanza más allá de las aulas, cada estudiante para mí es un mundo que tengo que conocer para poder incidir, eso para mí es enseñar en estos tiempos donde el conocimiento abunda pero los valores son escasos”.
Las giras para este académico, son parte crucial de la experiencia de vida con sus estudiantes. “Hace poco fuimos al Parque Nacional Corcovado y llovió tanto que tuvimos que dormir en el bosque, no pudimos cruzar el último río después de caminar seis horas. Los estudiantes afirmaban que fue una gran experiencia, que querían repetirla, porque esa es la vida: sobrevivir ante la inclemencia, la mezquindad, la mala energía, a la marginalidad o la exclusión y ser capaz de levantarse, esa siempre será una lección de vida que me enseñó mi madre ”.
Artista
De su papá Morera heredó la facilidad para contar historias, y parte de ellas han quedado plasmadas en sus dos poemarios, una novela publicada y otra a punto de salir. “No es solo escribir, cualquiera lo hace. Es además defender a través de las letras lo que uno profesa, más aún en una sociedad con tanto falso discurso, con tantos pastores más perdidos que el rebaño.
El único reclamo en la vida de Morera es el tiempo. “Yo quisiera poder leer más, dialogar más y escribir más”.