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Un golpe de la naturaleza manifiesto en un brutal aguacero, de esos que suelen azotar en octubre, destechó la casa del buen amigo, Fabio Adrián Calderón, una leyenda del periodismo en el cantón de Grecia (Alajuela), quien reside a pocas cuadras del parque de la ciudad.

En un abrir y cerrar de ojos Fabio Adrián y su esposa Mireya, vieron como la fuerza del viento arrancaba el zinc su vivienda cual si fueran simples hojas de papel, como si se tratara de la repetición de aquel pasaje de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, cuando el gitano Melquiades llegó a Macondo con un gigantesco imán que sacaba del suelo ollas enterradas varios siglos atrás, arrancaba los picaportes de las puertas, hacia volar los cubiertos por los aires y atraía todos los demás metales por donde pasaba desatando un pademonium infernal que los atónitos crédulos atribuían a una obra del Maligno.

La mala hora que sufrió Fabio Adrián -así en confianza- desató una reacción de solidaridad inmediata que convocó esfuerzos y voluntades para volver a reparar el daño en un santiamén gracias a las gestiones solidarias lideradas por Jorge Esquivel Guevara –otro hombre que ha dejado huella en el mundo local de la comunicación- y el Periódico Mi Tierra.

Esa acción inmediata y desinteresada –espontánea para mejor decir- contraviene un discurso ultraconservador que se viene asentando en el imaginario colectivo nacional desde hace por lo menos 20 ó 30 años, pero que a decir verdad puede que tenga raíces históricas de más vieja data incluso en los primeros albores del siglo XIX.

Según aquella visión nos hemos transformado en una sociedad egoísta donde prevalece el “a mí que me importa” porque básicamente sufrimos de una crisis de valores –que en verdad nadie sabe a ciencia cierta que diantres significa esa carajada- que dañó severamente un mundo idílico donde “todo tiempo pasado fue mejor”.

Las acciones que desató el lamentable pasaje con la morada de Fabio Adrián desmienten –aunque sea en un sentido microscópico- ese diagnóstico pesimista que siente un gusto enfermizo por una Costa Rica bucólica que jamás existió, salvo en la mente de los chauvinistas.

El gesto de los amigos de Calderón nos enseña que aún existen muchas legiones ciudadanas dispuestas a formarse en batallones cuando se trata de reclutar gente altruista que acude al llamado de las trompetas de la solidaridad.

No obstante, que los mensajeros del “sálvese quien pueda” están de moda –e incluso llegan a la Presidencia de la República- gracias a las matráfulas del marketing digital, las granjas de troles y la multiplicación de la idiotez en las redes sociales –manifiesta en una ortografía del carajo, entre otros signos- todavía es posible soñar.

No todo está perdido.


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